lunes, 18 de julio de 2016

ARISTÓTELES: POÉTICA 14


Este capítulo 14, que sigue al 13 y va (perdón por el Perogrullo) antes del 15, trata sobre un punto fundamental en la teoría aristotélica de la tragedia y, en realidad, de toda obra con argumento o trama: la concatenación de los acontecimientos.


[1453b] Pues bien, lo pavoroso y que despierta compasión puede proceder, por un lado, del espectáculo pero también de la propia concatenación de los acontecimientos, lo cual es superior y propio de un mejor poeta.
Es que es preciso que la historia esté trabada de tal forma que, aun sin ver, el que oye que se producen los acontecimientos se espante y sienta compasión por lo ocurrido: justo lo que le pasaría a uno al oír la historia de Edipo. 
En cambio, el producir esto a través del espectáculo es menos hábil y requiere una empresa pública.

Quienes no producen lo pavoroso mediante el espectáculo sino solo lo portentoso no tienen nada que ver con la tragedia; es que no se ha de buscar en la tragedia cualquier placer sino el que le es propio. Y, dado que el poeta debe procurar el placer que procede de la compasión y el miedo a través de la imitación, es evidente que esto ha de insertarse en los acontecimientos. Así pues, abordemos qué clase de acontecimientos parecen terribles o cuáles lastimeros.
Es necesario que las acciones de este tipo lo sean de personas que son amigas entre sí o enemigas o ni lo uno ni lo otro.
Por tanto, si es que se trata de un rival enfrentado a otro rival, ni hace ni trama nada que despierte compasión, salvo por lo patético en sí; tampoco si no son ni amigos ni enemigos.
Pero, cuando lo patético surge en las relaciones íntimas, por ejemplo si un hermano mata a su hermano o un hijo a su padre o una madre a su hijo o un hijo a su madre, o lo pretende o hace alguna otra cosa de este cariz, esto es lo que se ha de perseguir.
Así pues, las historias transmitidas no se pueden descomponer (digo, por ejemplo, que Clitemestra muera a manos de Orestes y Erífila a manos de Alcmeón), pero es preciso dar con ellas por uno mismo y emplear bien las materias tradicionales.
Digamos de manera más clara a qué llamamos ‘bien’.
Ocurre que la acción puede suceder así, como los antiguos hacían figuras que obraban a sabiendas y con conocimiento, según presentó también Eurípides a Medea matando a sus hijos.
Pero también se puede hacer algo y, sin saber que se ha cometido el acto terrible, reconocer después, más tarde, la relación íntima, tal y como hace el Edipo de Sófocles; pues bien, esto ocurre fuera del drama, y en la misma tragedia, por ejemplo, lo hacen el Alcmeón de Astidamante o el Telégono del Odiseo herido. Hay aún una tercera posibilidad junto a estas, que, yendo a hacer algo irremediable por ignorancia, se reconozca antes de hacerlo. 
Y no hay ninguna otra posibilidad al margen de estas pues, por fuerza, o se actúa o no se actúa, y se hace a sabiendas o sin saberlo.

De estas posibilidades la peor es el pretender algo a sabiendas y no hacerlo, pues genera rechazo y no es trágico ya que carece del elemento patético. Por ello nadie compone de esta manera [1454a], si no es pocas veces, como pasa en Antígona entre Hemón y Creonte. La segunda posibilidad es actuar. Pero es mejor el actuar en la ignorancia y, tras actuar, reconocerlo, pues no hay nada en ello que genere rechazo y el reconocimiento es contundente.

Lo más efectivo es el último caso. Digo, por ejemplo: en Cresfontes Mérope iba a matar a su hijo pero no lo mató sino que lo reconoció. Y, en Ifigenia, la hermana reconoció al hermano y, en Hele, el hijo a su madre cuando la iba a entregar. Por esto, como queda dicho hace un rato, las tragedias no tratan de muchos linajes. Sucede que, indagando, descubrieron no por arte sino por azar el presentar tal contenido en las historias. Así pues, se ven forzados a encararse con estas familias, a cuantas les han ocurrido padecimientos de tal tipo.

Por tanto, queda dicho esto de manera suficiente acerca de la concatenación de los acontecimientos y de qué índole deben ser las historias.