lunes, 4 de abril de 2016

NARRACIONES BREVES EN GRECIA Y ROMA


Hace unos años publiqué un artículo sobre el microcuento y las narraciones breves de la Antigüedad. Es uno de los textos que visita más gente en mi página de academia.edu.

Aunque hay un problema. En ese artículo los textos griegos y latinos aparecieron sin traducción al castellano por motivos editoriales. Por ello pienso que es interesante verter ahora en el blog los contenidos del artículo y presentar los textos antiguos en traducción castellana.

Ojalá esta entrada siga siendo tan útil como el artículo académico alojado en academia.eduSTPV: sit tibi pagina utilis.


A lo largo del siglo XX alcanzó gran desarrollo una forma mínima de narración a la que habitualmente se conoce como microcuento o microrrelato. “El dinosaurio” de Augusto Monterroso (“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”) es un ejemplo clásico de este tipo narrativo. No ensayaré una nueva definición del microrrelato. Me limito a proponer tres parámetros para acotar el género:
  • el microrrelato se caracteriza por su brevedad intencionada y su concisión;
  • el microrrelato presenta una expresión esencial y concisa que lo aproxima a la poesía;
  • el microrrelato posee además un carácter sorpresivo logrado generalmente a través de la elipsis.
Desde el punto de vista cronológico se suele entender que el microrrelato nace en el S. XIX y alcanza un alto grado de desarrollo en el XX, sobre todo en su segunda mitad. Por ello llama la atención que alguna antología de microrrelatos incluya ejemplos tomados de las literaturas de la Antigüedad como la historia del hombre-lobo integrada en el Satiricón de Petronio (62).

Lo cierto es que, si se confronta un relato como éste con los parámetros antes propuestos, salta a la vista que entre la narración de Petronio y el microrrelato actual existen diferencias significativas:
  • Es cierto que el texto de Petronio presenta la marca de brevedad. 
  • Ahora bien, no se ha de pasar por alto el hecho de que lo que cuenta el autor romano forma parte de una unidad textual mayor, a diferencia de lo que acontece en el caso del microrrelato.
De otra parte el rasgo referido a la “expresión esencial” no parece de aplicación al caso de Petronio; de la lectura de su texto no se deduce que éste se halle “próximo a la poesía” ni que presente rasgos de polisemia según es el caso en los géneros poéticos o los microrrelatos de la actualidad:
Por casualidad mi amo había salido para Capua para despachar unos antiguos negocios. Hallada la ocasión persuado a nuestro huésped de que venga conmigo hasta el quinto miliario. Era un soldado fuerte como Orco. Nos pusimos en marcha a eso de la hora del gallo: la luna lucía como a mediodía. Llegamos entre los monumentos funerarios: mi hombre empezó a hacer sus cosas junto a unas lápidas y yo me aparto canturreando y cuento las lápidas (Petron. 62,1-4).
No obstante es verdad que esta historia que comentamos sí posee un carácter sorpresivo; pretende impresionar a sus receptores (narratarios) primarios, los convidados de Trimalción, y que este objetivo se cumple lo indica el propio texto: Atónitos todos y admirados... (63,1). Pero lo sorprendente de la historia no deriva de la elipsis o de cómo se administre la información que el receptor recibe. Lo sorprendente surge de la propia materia del relato que en realidad es un cuento (fabula se dice en 61,5) de miedo, como también lo será seguidamente (63) la historia de brujas que refiere el propio Trimalción.

Los teóricos de la literatura entienden que se han de deslindar las categorías del cuento y del microrrelato aun reconociendo la estrecha relación que existe entre las dos. Por otro lado, si el microrrelato es realmente una creación de la época contemporánea, quizá no sea muy viable descubrir verdaderos ejemplos de este género en las literaturas de Grecia o Roma.
Cuestión distinta es que en las literaturas clásicas hayan existido también otras formas de narración breve. Al leer el texto de Petronio ya nos encontramos con un primer ejemplo, el cuento. Pero del cuento antiguo se sabe muy poco y prácticamente lo ignoramos todo acerca de sus características distintivas dado que no se ha conservado ninguna colección de cuentos de la época.
Por ello es pertinente fijar la atención en otras formas antiguas de narración breve como la fábula, género al que se suele referir la bibliografía sobre el microrrelato para considerarlo afín a éste. Microrrelato y fábula comparten al menos el carácter diegético así como la brevedad, dos rasgos presentes también en la anécdota histórica, a cuya relación con la fábula se refieren los estudios.
Pero el esquivo cuento antiguo, la fábula o la anécdota histórica no son los únicos textos con cabida en un elenco de narraciones breves grecolatinas.
Propongo como otro ejemplo posible del mismo tipo de narraciones las colecciones de “historias increíbles” que se nos han transmitido desde la Antigüedad griega bajo los nombres de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano. Presentaré con brevedad estas tres colecciones. Tras delinear la tipología de estos relatos efectuaré una comparación entre estos modelos de narración breve y los microrrelatos de la actualidad.



De los tres autores citados el más conocido es Paléfato, quien debió de vivir en la segunda mitad del S. IV a. C. y quizá fue discípulo de Aristóteles. Bajo su nombre se conserva una colección de cincuenta y dos Historias Increíbles: este es el título que figura al frente de los códices de la obra. El texto de Paléfato es el más antiguo y también el más extenso de los tres que se van a considerar en esta entrada.

Heráclito, cuya propia colección de Historias Increíbles se ha transmitido en un único códice (Vaticanus Graecus 305), debió de vivir en torno al año 100 d. C.; en su opúsculo figuran tan sólo treinta y nueve relatos.

Por otro lado, el texto del Anónimo Vaticano (post S. V d. C.), transmitido también en el mismo manuscrito, reduce este número a veintitrés.

Las tres colecciones comparten título y tema pues las tres pretenden releer los mitos tradicionales y reinterpretarlos a la luz de las corrientes de interpretación mítica de la Antigüedad:
  • De esta forma Paléfato se adscribe de forma clara a la crítica histórico-racionalista.
  • Por su parte Heráclito combina ésta con el alegorismo.
  • En el caso del Anónimo la preeminencia de las interpretaciones alegóricas es evidente.
Crítica histórico-racionalista y alegorismo, Paléfato, Heráclito y el Anónimo comparten el empeño por justificar el mito antiguo y hacer ver que lo que se relata en él no es absurdo aun cuando nos lo pueda parecer en una primera lectura.
En su superficie el mito puede presentar elementos ilógicos. Sin embargo, bajo esa superficie laten contenidos irreprochables que los tres autores que estamos considerando pretenden desentrañar. El punto clave que marca las diferencias entre unos y otros es el que se refiere a qué método seguirán para corregir la literalidad del mito.
Como se ha dicho, Paléfato practica una crítica histórico-racionalista según indica él mismo en el prólogo programático que antecede a la obra. Así lo ejemplifica esta leyenda (Paléfato 7: "Las yeguas de Diomedes"):
Acerca de las yeguas de Diomedes dicen que comían carne de hombres, cosa risible, pues este animal disfruta más con el pasto o la cebada que con la carne humana. La verdad es ésta.
Los hombres de antaño vivían de su propio trabajo y así obtenían el alimento y los bienes, gracias al trabajo de la tierra. Pero a uno se le ocurrió criar caballos y se complacía hasta tal punto en ellos que perdió sus bienes, pues lo vendió todo y lo gastó en criarlos. Así pues, sus amigos llamaron a estos caballos “antropófagos”.
Sucedido lo cual, se extendió el mito.
Paléfato empieza por hacer ver que los equinos no se alimentan de carne sino de pasto; a continuación explica que esos animales devoraban efectivamente a hombres pero no en el sentido literal del que habla la tradición sino en un sentido figurado:
  • la pasión de Diomedes por la cría de caballos lo llevó a despilfarrar sus medios de vida;
  • de ahí que a sus caballos se los llamara “antropófagos” (habían acabado con él), expresión que se reinterpretó en el sentido de que comían carne humana.
En este caso Paléfato apela al error de comprensión lingüística para ilustrar cómo del relato de un suceso natural surge la narración inaceptable del mito. En otros lugares del opúsculo se recurre en cambio a otros procedimientos interpretativos, como el error de percepción o el error en la narración de un hecho.

Es importante hacer notar una peculiaridad de la forma en que Paléfato aplica su método: no habla nunca de mitos protagonizados por dioses; esto es, con esta prevención evita que su método le lleve a declarar que los dioses de la tradición no son sino individuos históricos tal y como hizo poco tiempo después (a caballo entre los SS. IV y III a. C.) Evémero de Mesene.
Ciertamente los dioses sí son protagonistas de los últimos relatos del corpus (los números 46-52); pero razones estilísticas y de estructura indican de manera cierta que esos últimos relatos poseen un carácter distinto del resto de la colección y que son un añadido posterior.
En el caso de Heráclito el Paradoxógrafo se combinan dos procedimientos diversos a la hora de justificar los mitos de la tradición. De una parte Heráclito efectúa una crítica racionalista en casos como éste (Heráclito 12, "Atalanta, hija de Esqueneo, e Hipómenes"):
Dicen que éstos se transformaron en leones en el monte, pero lo que se supone que les sucedió fue algo como lo siguiente.
A la hora del mediodía entraron en una cueva, pues querían acostarse juntos. Pero dio la casualidad de que en la cueva había unos leones que los devoraron. Después, al salir los animales, sin que ellos volviesen a aparecer, los que habían permanecido de guardia supusieron que se habían transformado.
Ahora bien, Heráclito recurre también a interpretraciones alegóricas en otras secciones de su obra. Compartiendo un punto de vista atestiguado desde Teágenes de Regio (S. VI a. C.) supone que el mito no ha de ser entendido en su sentido literal.

El mito es en realidad “otra forma de hablar” (una all-egoría), un lenguaje alternativo que debe ser traducido a nuestro modo común de expresión para que pierda su apariencia ilógica. Por ejemplo, el autor actúa así en el número 11 de la colección ("Cíclope"), donde se lee:
Se podría suponer que éste, como vivía en soledad, no entendía de leyes y tenía puesta su confianza en la violencia; su único sentido era el de la vista, mientras que con el raciocinio no preveía nada. A éste le causó gran daño el sabio Odiseo.
Este capítulo, por cierto, es un buen ejemplo del modo de alegorismo moral de Heráclito:
La insociabilidad del Cíclope le hacía vivir sin leyes y, por tanto, sin otra norma que la de su violencia. La referencia al hecho de que tuviera un solo ojo alude a una característica del carácter del personaje: sólo estaba dotado de percepción sensible, no de la intelectual, y esto mismo es lo que le perdió al enfrentarse con él el sabio Odiseo.
Por lo que atañe al llamado Anónimo Vaticano ya se ha comentado su preferencia por el alegorismo. Una presentación de este opúsculo debe indicar igualmente dos peculiaridades de la obra.

Primeramente se ha de recordar que esta colección es un recopilatorio de pasajes extraídos de obras previas, motivo por el cual la crítica también conoce este corpus como Excerpta Vaticana. Aunque Paléfato y Heráclito también han recurrido a sus propias fuentes, la diferencia respecto al Anónimo estriba en que esos autores nunca los citan con la profusión con que lo hace el autor vaticano, quien copia más que reelabora y añade poco o nada de su propia invención.

Para esta entrada posee relevancia comentar que no todo lo que recoge la colección del Anónimo tiene carácter narrativo, según se aprecia ya al iniciar la lectura y descubrir que el primer puesto de estas Historias increíbles lo ocupa un texto de ocho líneas dedicado a discutir quiénes son los hombres más antiguos, si los egipcios o los frigios.
En cambio sí tienen relevancia los dos capítulos finales del escrito (22 y 23), pasajes narrativos carentes de contenido mítico que pueden ser catalogados como anécdotas históricas y que, por tanto, continúan siendo modelos de narración breve.
Seguidamente se analizarán las características narrativas de los textos de Paléfato, Heráclito y el Anónimo Vaticano.

En la sección anterior se ha dicho lo esencial acerca de los temas que se tratan en los tres corpora: están extraídos del mito tradicional aunque sus protagonistas no son dioses por los motivos que se expusieron al presentar a Paléfato. Las únicas salvedades a esta norma se encuentran
  • en el corpus de Paléfato donde los protagonistas de los capítulos 46-52 son dioses (cfr. supra);
  • en la colección del Anónimo Vaticano, donde el tema de los capítulos 22 y 23 no está sacado del mito sino de la historia.
El análisis se centra ahora en tres aspectos que se muestran como especialmente significativos de cara a evaluar las características narrativas de estos textos:
  1. la extensión de los relatos;
  2. la estructura de los mismos;
  3. el narrador y los narratarios.
1) Dado que las tres colecciones de Paléfato, Heráclito y el Anónimo son analizadas en tanto que modelos de narración breve, cabe entender que el dato de su extensión reviste importancia. Todos estos relatos son breves pero no en la misma medida; en el corpus de Paléfato es donde se aprecian las mayores fluctuaciones.
• La historia de las yeguas de Diomedes (7), citada antes, ocupa once líneas en la edición de Festa; otras narraciones de la misma obra se extienden hasta las cincuenta o setenta líneas mientras que algunas no pasan de seis o cuatro.
• En cambio, los mitos agrupados bajo el nombre de Heráclito tienen en general una extensión más reducida, que oscila entre tres y once líneas.
• El Anónimo Vaticano incluye varios capítulos narrativos de cuatro líneas; el texto más extenso de esta colección (el número 17) llega a las veintinueve.
Se ha discutido si estas diferencias de extensión guardan relación con el hecho de que algunos de los relatos más breves de los tres corpora puedan ser sinopsis de versiones previas más detalladas.
• Por ejemplo, las historias más sucintas que se recogen bajo el nombre de Paléfato podrían ser el resultado de la acción de un refundidor que habría abreviado los relatos más prolijos que aparecían en la obra original.
• Igualmente se ha dicho que las narraciones de la colección de Heráclito son en realidad sinopsis de mitos racionalizados.
Para aclarar este asunto se debería constatar si existe alguna característica narrativa que diferencie unos relatos míticos de otros. El problema recibe nueva luz cuando se analizan los textos fijando nuestra atención en el ritmo del relato, definido como la cantidad de tiempo que se emplea en narrar un acontecimiento.
Todos somos conscientes de que en las narraciones existen habitualmente disociaciones cuantitativas entre el tiempo cronológico y el textual.
De hecho en nuestras tres colecciones de Historias increíbles se da una disociación constante entre los dos tiempos pues, en las ciento diez narraciones comentadas, la duración del tiempo del mito (el tiempo cronológico) es siempre mayor que la del tiempo textual; en términos narratológicos se puede decir que todos los relatos de Paléfato, Heráclito y el Anónimo son resúmenes o sumarios.

Aunque esto es cierto, se ha de indicar también que el narrador de estas historias detiene ocasionalmente el ritmo de la narración y cede la palabra a sus personajes para que éstos realicen una intervención corta en estilo directo.

En esos momentos los personajes suelen proponer una afirmación que es mal comprendida: ello provocará la conversión en mito de lo que era un acontecimiento natural.
El hecho de que este recurso al estilo directo se produzca fundamentalmente en el corpus de Paléfato se puede entender como un indicio de que existe una diferencia real entre al menos una parte de sus narraciones breves y las de los otros dos narradores, autores de sumarios singularmente concisos.
Más aún, también cabe entender que la presencia del estilo directo es uno de los marcadores que indican cuándo nos hallamos ante las historias originales de Paléfato y no ante sinopsis escritas por un compilador.

2) Las narraciones breves de Paléfato, Heráclito y el Anónimo tienden a presentar una estructura típica y formalizada. Ello se aprecia de manera especial en el corpus más antiguo, el de Paléfato. En los cuarenta y cinco primeros capítulos de su obra nos encontramos normalmente con estos elementos habituales:
a) cada capítulo se inicia con una narración sucinta del mito tradicional;
b) a continuación el narrador presenta una breve crítica en la que sintetiza los motivos por los que esa versión del mito es inadmisible por la razón;
c) como transición a la sección siguiente se emplea una expresión formular como por ejemplo “la verdad es la siguiente”, “la verdad es ésta”;
d) seguidamente el narrador propone una segunda narración del mito, depurado ahora de los aspectos inverosímiles;
e) finalmente el capítulo se cierra con otra expresión típica como p. ej. “esto es lo que sucedió y luego se formó el mito”.
En el caso de Heráclito las historias también se adecuan a una estructura típica análoga a la empleada por Paléfato aunque no idéntica.
Los treinta y nueve capítulos del corpus se abren con una breve narración del mito tradicional, tan breve que a veces no es sino una alusión; puede suceder incluso que se dé por supuesto en los receptores el conocimiento de la historia tradicional.
Además la ausencia de críticas a las versiones tradicionales de los mitos singulariza a este grupo de relatos frente a los de Paléfato. Tampoco son tan habituales como en el otro corpus las fórmulas de transición que dan paso a la versión depurada del mito; además, tampoco están tan formalizadas. En cambio sí es regular la narración alternativa del mito, que sólo falta en algún caso esporádico.
El último elemento de la estructura típica de Paléfato, la fórmula de conclusión, está ausente de los “micromitos” de Heráclito, lo cual refuerza una vez más la impresión de que estos textos han de ser considerados como sinopsis míticas.
En la colección del Anónimo Vaticano no es tan evidente que haya rasgos estructurales comunes, y este hecho guarda sin duda relación con la procedencia diversa de estas historias.

En todo caso la constante en las narraciones míticas es el contraste (implícito o explícito) entre la versión tradicional del mito, contraria a la razón, y la depurada. Este proceder (con contraste explícito) lo ejemplifica el texto 13 del corpus ("Faetonte"):
Se dice también, acerca de Faetonte, que era hijo del Sol. La cosa es como sigue. Faetonte estudió los movimientos del sol, igual que hacía Endimión con los de la luna. Pero no llegó a desentrañarlos de manera precisa, sino que murió habiendo dejado inconclusa su obra.
La ausencia o escasez de rasgos estructurales comunes entre los distintos textos del Anónimo explica además la inexistencia de expresiones formulares del tipo de las que se hallan en Paléfato o, en menor medida, en Heráclito.

3) En relación con los narradores de estas colecciones de Historias increíbles se ha de decir, ante todo, que no son voces neutras: la voz del narrador ya se hace presente desde el momento en que juzga y modifica el mito transmitido.
Además para la cuestión no son sólo relevantes los comentarios valorativos sino también las ironías o los implícitos que el narrador desliza ocasionalmente en los textos.
Este tipo de intervenciones del narrador destacan especialmente en el corpus más elaborado, el de Paléfato, quien antepuso a su colección un prólogo en el que exponía de forma abierta lo que opinaba sobre las “historias increíbles” de la tradición.
En la parte narrativa de su obra también da a entender al lector esas mismas opiniones. Los comentarios valorativos (obviamente críticos) están presentes a lo largo de todo el opúsculo; el narrador ya hace acto de presencia en el primer número del corpus cuando somete al tribunal de la razón la leyenda de los centauros y declara que es imposible que haya un ser mezcla de hombre y caballo.
El recurso a la ironía es también característico de Paléfato, no de los otros mitógrafos. Es obviamente irónico que, por ejemplo, en el capítulo 30 de la obra (“Frixo y Hele”) se pregunte Paléfato si en tiempos de Eetes las pieles eran tan escasas y preciosas como para que un rey aceptase un vellocino (aun siendo de oro) a cambio de la mano de su hija.
Comentarios análogos se pueden encontrar en otros lugares del texto. De hecho se ha propuesto que este tipo de intervenciones del narrador han de ser atribuidas al autor original del corpus, no a un refundidor, y que por tanto la presencia de la ironía es otro dato que discrimina las historias originales de Paléfato y las reescritas en el curso de la tradición textual.
Otro hecho que diferencia también al narrador de la colección palefatea del que interviene en los otros corpora es su capacidad de tomar directamente la palabra y expresarse en primera persona. Y no me refiero a las apariciones de la primera persona en el prólogo programático de la obra sino a estos lugares que aparecen dentro de las narraciones del corpus:
“A mí me parece...”, “Pero yo afirmo…”, “Lo deduzco...”, “Yo digo...”, “Me parece a mí...”, “A mí no me parece…”.
Esta evidencia es especialmente relevante en tanto que no existe un fenómeno similar en las obras de Heráclito y el Anónimo. También singulariza a Paléfato el hecho de que en algún pasaje de su obra el narrador apele de forma directa al receptor, a quien quiere implicar en su juicio sobre la materia narrada:
Fíjate en lo escasas que eran entonces las pieles, que un rey aceptaba un vellocino como regalo de boda de su hija (30).
La cuestión del narrador es especialmente significativa en lo que se refiere a los textos de Paléfato y de cara a evaluar las peculiaridades que distinguen a éste de Heráclito y el Anónimo.

En cambio la cuestión de los receptores o narratarios es relevante para las tres colecciones. De quienes se ha de hablar aquí no es tanto de los narratarios primarios (receptores internos a la narración) como de los secundarios, es decir, de aquellas personas a las que estaban destinadas las narraciones. Ahora bien, a propósito de éstos no se indica explícitamente nada en nuestras colecciones.
  • Por ejemplo, el prólogo programático de Paléfato podría haber indicado a quién iba dirigida su obra.
  • Pero el prólogo de Paléfato, tal y como se conserva, no hace ninguna indicación sobre este punto; tampoco incluye en vocativo el nombre de ningún destinatario concreto.
Se puede suponer que Paléfato, con gran probabilidad un personaje vinculado a Aristóteles, compuso su revisión de mitos tradicionales contando con divulgarla entre quienes compartían sus intereses intelectuales en la Atenas del S. IV a. C. y se movían también, como él, en los círculos filosóficos. A estos primeros receptores de la obra les transmitía Paléfato su concepción de los mitos tal y como ésta se detalla en el prólogo a la obra.
Es decir, la obra de Paléfato quiere exponer una tesis ante su público (los acontecimientos narrados en el mito se dieron pero no en la forma supuesta por la tradición); en este sentido cabe decir que el opúsculo perseguía desde un principio un objetivo didáctico.
Pero el sentido didáctico de la obra se incrementó en los siglos siguientes, cuando las Historias increíbles fueron leídas por nuevos receptores. Por su brevedad, por su sencillez sintáctica, incluso por su carácter de textos debeladores de creencias proscritas en ambientes intelectuales y cristianos, las Historias increíbles de Paléfato se prestaban con gran facilidad a su aplicación en la escuela.
Que recibieron este uso en la Antigüedad y la Edad Media lo demuestra el elevado número de códices conservados con el texto de Paléfato, transmitido hasta la actualidad en dos recensiones diferentes.
Ciertamente de Heráclito y el Anónimo sólo ha llegado hasta el presente un códice, a pesar de lo cual hay buenas razones para entender que estas dos colecciones se compilaron con las miras puestas precisamente en su aplicación didáctica.



Del análisis previo se deduce que las tres colecciones de Historias increíbles presentan las siguientes características básicas que las definen en tanto que modelos de narración breve:
1) El tema de las narraciones es el mito de la tradición que se revisa para mostrar que no es absurdo ni inmoral como podría parecer a simple vista.
2) Las narraciones presentan una extensión breve, mayor en algunos casos y, especialmente, en parte de los relatos de Paléfato. Son siempre sumarios que sólo detienen ocasionalmente su ritmo a través de la introducción de intervenciones en estilo directo en algunas de las historias del corpus más antiguo, el de Paléfato.
3) Las narraciones de los tres corpora presentan una estructura formalizada; el grado de formalización oscila entre dos polos, representado el uno por Paléfato (mayor formalización) y el otro por el Anónimo Vaticano (menor formalización).
4) El narrador no es en ninguno de los tres corpora una figura neutra dado que toma partido al entender que el mito tradicional debe ser depurado; la presencia del narrador se intensifica en parte de los relatos de Paléfato a través de recursos como la ironía, el empleo de la primera persona o la apelación directa al receptor.
De otra parte es característico de los tres corpora el hecho de perseguir unos objetivos didácticos que además se vieron potenciados en el proceso de su transmisión.
La objetivación de estas características no sólo sirve para definir las Historias increíbles como tipo antiguo de narración breve sino que además aporta datos concretos que permiten detectar en qué casos estamos ante relatos originales de Paléfato y cuándo ante la obra de compiladores.
Más aún, el resultado del análisis también arroja luz nueva sobre la cuestión de la que se partía al inicio de esta entrada. Aunque en las antologías actuales de microrrelatos se editen como tales textos de la Antigüedad, ¿es pertinente hablar de microrrelatos en las literaturas griega y latina? ¿En qué radica la diferencia entre los modelos de narración breve del mundo antiguo y los microrrelatos de hoy en día?

A la primera de estas preguntas ya se le dio una respuesta negativa en la primera sección de la entrada; si se quiere hablar de microrrelatos de la Antigüedad se ha de hacer de forma analógica, bien entendido que esos supuestos microrrelatos antiguos son simplemente modelos de narración breve que sólo presentan similitudes muy generales con los microrrelatos del presente.

En relación con la segunda cuestión, que ya fue contestada en parte en la primera sección, se pueden aportar dos consideraciones nuevas.
  • La primera es que, por lo que se refiere al tipo de narración breve analizado aquí (Historias increíbles), su cultivo de un único tipo de ritmo (el sumario) y su grado de formalización constituyen dos diferencias esenciales frente al microrrelato actual, que ni presenta una limitación semejante por lo que se refiere al ritmo narrativo ni posee estructuras formalizadas.
  • Más interesante aún es destacar la aplicación didáctica que tuvieron las Historias increíbles, punto en el que coinciden además con las fábulas o las anécdotas históricas. Ese rasgo de didactismo es, parece, enteramente ajeno al microrrelato de la actualidad.
Al referirnos al didactismo de las narraciones breves antiguas tocamos una cuestión clave, pues muy posiblemente estas formas breves de la Antigüedad han llegado hasta nosotros precisamente por su aplicación en la escuela. El hecho de haber entrado en un tipo u otro de cánones escolares les garantizó a estos textos la pervivencia en la tradición según ejemplifica de forma excepcional el caso de Paléfato (más de treinta códices) o, por lo que se refiere al género de la fábula, las colecciones esópicas, consideradas como libro escolar hasta la época del Renacimiento e incluso en fechas posteriores.