domingo, 30 de agosto de 2015

HERO Y LEANDRO Y LA UNIÓN SOVIÉTICA


Una de las primeras entradas de este blog hablaba de la leyenda de Hero y Leandro, los dos jóvenes enamorados que se hallan separados por el Helesponto:
Él muere ahogado al intentar cruzarlo de noche para ir junto a su amada, que mantiene encendida una luz que le indica el camino; ella, al descubrir por la mañana en la playa los restos de su amado, se mata arrojándose desde la torre donde vivía.
Como se explica en aquella entrada dedicada a la poesía griega de época imperial, fue Museo (finales del S. V o principios del VI) quien narró de forma clásica este trágico amor, siguiendo quizá el modelo lírico (y latino) de Ovidio.

Después fue Bernardo Tasso quien dio a conocer en Europa, en el S. XVI, una leyenda que llegó a adquirir gran importancia en la Tradición Occidental, a veces en clave satírica, según sucede en un conocido romance de Góngora (habla Hero):
El amor, como dos huevos,
quebrantó nuestras saludes:
él fue pasado por agua,
yo estrellada mi fin tuve.
Lo que motiva esta nueva entrada es que acabo de encontrar lo que parece un recuerdo imprevisto de la leyenda en una novela soviética (antisoviética en realidad), publicada en París en 1978 y recientemente traducida al castellano: La facultad de las cosas inútiles, de Yuri Dombrovski (Madrid, Sexto piso, 2015).

En un momento de la novela, el protagonista y su amada oyen la historia del amor imposible que unió a un pescador de origen griego (sus compañeros eran, como él, “auténticos Apolos”, p. 198) y la hija de un general que se oponía a esta relación.

Como en el Hero y Leandro de Museo, la historia tiene en Dombrovski un final dramático; un personaje refiere (p. 198), como si se tratase de una fábula, el final de la muchacha:
¿Cómo murió? Las versiones difieren. Dicen que él salió a la mar con los pescadores, y que de noche se desató una tormenta, hubo trombas de agua. Ella estuvo toda la noche al lado del proyector grande del faro. No dejó de mirar el mar y por la mañana vio tablas y aparejos de su barca en la orilla. Entonces se arrojó desde el faro contra las piedras.
Pero, ¿sucedió realmente así? Cincuenta páginas más adelante (pp. 248-249), un personaje-testigo propondrá una versión de la historia que pretende expresamente desmitificarla:
Yulenka era mi prima (…). Vino la muerte y murió (…). ¡Por amor no! ¡Ni hablar! Todo eso son leyendas populares. ¡El pescador, el faro! ¡Tonterías! ¡Nada por el estilo! Ella todavía no entendía qué era el amor. Adoraba a un primo nuestro, eso es todo.
La huella de la historia narrada por Museo a principios del mundo bizantino, ¿seguía presente en una novela rusa de la segunda mitad del S. XX? ¿O hacemos de filólogos y acudimos a las ‘fuentes intermedias'? ¿Es la historia del amor imposible de dos amantes a los que separa el mar un motivo genérico que disfruta de una existencia separada en distintas tradiciones?