miércoles, 6 de agosto de 2014

PROMETEO Y EL SOFISTA


Este texto del Protágoras (320 d - 323 a) recoge una versión del mito de Prometeo que Platón pone en boca del sofista de Abdera. Es una versión peculiar por varios motivos: no aparecen ni Pandora ni la 'caja', Zeus es el mayor benefactor del hombre (por encima de Prometeo), se propone una historia sintética de la humanidad y, sobre todo, una justificación mítica de la democracia.


Érase una vez un tiempo en el que había dioses mas no seres mortales. Cuando llegó el momento decretado para que también éstos nacieran, los dioses los modelaron dentro de la tierra haciendo una mezcla con tierra y fuego, y con cuantos elementos se componen de ellos. Y cuando iban a sacar a la luz a los mortales les ordenaron a Prometeo y a Epimeteo que los preparasen y distribuyeran entre ellos facultades según lo conveniente. Epimeteo le rogó a Prometeo que fuera él quien hiciese la distribución; “cuando la haya hecho”, dijo, “tú la supervisas”. Y de esta forma le convenció y distribuyó las facultades.

Hizo la distribución dotando a unos de fuerza pero no de velocidad y adornando a los más débiles con la rapidez; a los unos los armaba, y a los que les concedía una naturaleza desprovista de armamento les proporcionaba alguna otra facultad que pudiera salvarlos. En efecto, a los que dotó de tamaño pequeño les concedió poder huir volando o habitar bajo tierra; a los que hizo de gran tamaño, su propio volumen los salvaba; las restantes facultades las distribuía igualmente guardando este equilibrio. Todo esto lo ideaba al objeto de que ninguna raza fuese aniquilada; y una vez que les proveyó de medios para escapar de la muerte mutua, buscó defensa frente a las estaciones que provienen de Zeus: a unos los revistió de cabellos espesos y robustas pieles, capaces de rechazar tanto el frío como los calores, también con la idea de que, cuando fueran a acostarse, esto mismo les sirviera de lecho propio y connatural a cada uno; asimismo calzó a unos con cascos y a otros con pieles compactas y sólidas. A continuación les proporcionó regímenes diversos de alimentación: pasto del suelo para los unos, frutos de los árboles para los otros, raíces para un tercer grupo; y a algunos les concedió que fuese su alimento la carne de otros animales. A unos les dotó con una reproducción escasa, y a los que eran aniquilados por ellos que se reprodujeran en cantidad, logrando así la salvación de la raza.

Ahora bien, como Epimeteo no era especialmente sabio le pasó desapercibido que derrochaba las facultades en los seres irracionales: todavía le quedaba por preparar la raza humana y no sabía qué hacer. Mientras él se hallaba en estas tribulaciones se le acercó Prometeo para inspeccionar la distribución y vio que los demás animales estaban adecuadamente provistos de todo, mas el hombre se hallaba desnudo, sin calzar, carente de lecho y de armas: y ya había llegado el día decretado para que también el hombre saliera de la tierra a la luz. Así pues, como Prometeo se hallaba en la duda sobre qué medio de salvación podría encontrar para el hombre, les robó a Hefesto y Atenea la habilidad artística, junto con el fuego (pues era inviable que, sin el fuego, fuese asequible o útil para nadie), y de esta manera dotó al hombre. Por tanto, el hombre obtuvo de esta forma la sabiduría en torno a la vida, pero no la sabiduría política, pues ésta se hallaba junto a Zeus y Prometeo no podía entrar a la acrópolis donde se hallaba la morada de éste (además, la guardia de Zeus era de temer); pero se metió a escondidas en el recinto común de Atenea y Hefesto, donde practicaban sus artes, y tras robar el arte de Hefesto, que opera a través del fuego, y además el de Atenea, se los dio al hombre; a partir de ese momento el hombre posee medios de vida, mas sobre Prometeo, por culpa de Epimeteo, recayó luego (según se cuenta) la pena del hurto.

Una vez que el hombre recibió una parte divina, fue primeramente el único de los animales que, por su parentesco con el dios, creyó en los dioses e intentó levantarles altares e imágenes; después descubrió rápidamente el arte de articular palabras y sonidos e inventó las edificaciones, los vestidos, los calzados, los lechos y la agricultura. Así pertrechados, al principio los hombres vivían aislados, sin que hubiera ciudades; por tanto, eran devorados por las fieras, pues eran más débiles en todos los sentidos, y el arte de los trabajadores manuales, que les servía de ayuda suficiente para alimentarse, resultaba ineficaz para hacerles la guerra a las fieras (es que aún no tenían el arte de la política, de la cual es parte el de la guerra); e intentaban agruparse y protegerse fundando ciudades, pero, cuando se agrupaban, se injuriaban unos a otros porque no tenían el arte de la política, de manera que volvían a dispersarse y eran aniquilados.

Por tanto, Zeus, como temía que pereciese toda nuestra raza, envió a Hermes para que les llevase a los hombres el Pudor y la Justicia, a fin de que fueran ornatos de las ciudades y lazos vinculantes de amistad. Así pues, Hermes le preguntó a Zeus de qué manera debía darles la justicia y el pudor a los hombres: “¿Qué hago, distribuyo esto de la misma forma que se han distribuido las artes?; pues éstas están distribuidas de la siguiente manera: con que uno tenga el arte de la medicina, les basta a muchos particulares, y lo mismo sucede con los restantes artesanos; ¿distribuyo así la justicia y el pudor entre los hombres, o los reparto entre todos?” “Entre todos”, dijo Zeus, “y que todos participen de ellos, pues no habría ciudades si sólo unos pocos los tuviesen, según sucede con las otras artes; y establece como norma sancionada por mí que acaben con el que no pueda tener parte en la justicia y el pudor, como si fuera una plaga para la ciudad”.

Así es, Sócrates, y por eso todos los pueblos, y muy especialmente los atenienses, consideran que, cuando hay un debate en torno a la virtud de la construcción o de alguna otra de tipo artesanal, sólo unos pocos pueden prestar consejo, y si uno lo presta sin pertenecer a ese número no le dejan, según tú dices (con toda la razón, afirmo yo); ahora bien, cuando van a aconsejarse sobre la virtud política, la cual debe desarrollarse por entero por medio de la justicia y la sensatez, aceptan con toda lógica a cualquier consejero, pues a cualquiera le compete tener parte en esta virtud o, si no, no habría ciudades. Ésta es, Sócrates, la causa de ello.