viernes, 19 de agosto de 2011

MI GRAN VIAJE GRIEGO


Hace unos meses publiqué una versión previa de esta entrada. Entonces anuncié que la entrada en cuestión era el texto provisional de una conferencia que debía exponer en un par de meses en Pamplona.

Lo cierto es que el 18 de agosto de 2011, cuando debía abrir el curso sobre el “Ayer y hoy de la literatura de viajes”, estaba ingresado en la Clínica de mi Universidad por culpa de una infección oportunista e inoportuna. Por ello tuvo que ser mi mujer quien leyera el texto en el palacio del Condestable de Pamplona, con éxito notable de ponentes y público.

A partir del trabajo que realicé con María Ángeles en los días previos, a partir de algunas sugerencias que se propusieron en esa exposición pública, presento ahora esta versión corregida del post. Ojalá preste un servicio a los interesados, conforme a la aspiración general de este blog.


MI GRAN VIAJE GRIEGO.
VIAJE Y AVENTURA EN LA ODISEA, JENOFONTE Y PSEUDO-CALÍSTENES


1. EL VIAJE Y EL MAPA.

Esta intervención pretende mostrar algunas de las formas en las que se plasmó en las literaturas de la Antigüedad el motivo del “viaje”.
Por supuesto, una historia completa del asunto también habría debido prestar atención a este motivo en la literatura latina. Pero me debo limitar a hacer una presentación sucinta del tema.
Por ello he optado por escoger tres hitos representativos que definen el mapa de este viaje. Son hitos tomados de la literatura de Grecia y proceden además de tres géneros narrativos distintos: la épica, la historia y la novela. Me voy a referir a
  • la Odisea de Homero,
  • la Anábasis de Jenofonte
  • y a una obra fantasiosa, popular y novelesca que conocemos con el nombre de Novela de Alejandro.

2. DE VIAJES Y MITOS.

Voy a hablar, en primer lugar, de una de las dos epopeyas homéricas, los poemas con los que nace la literatura de Europa hacia el año 700 a. C. o poco después. Hablaré de la Odisea, la obra que inaugura el motivo del happy end en la literatura de Occidente.

Que este poema posee un carácter distinto de la Ilíada lo indica su proemio: al leerlo queda claro que aquí no priman las batallas heroicas sino el viaje y la aventura, al menos hasta que Odiseo vuelve a Ítaca en el canto XIII (por tanto, aproximadamente la mitad de los libros de la Odisea tienen por tema el viaje de un personaje, Odiseo… y de otro del que hablaré más adelante):
Cuéntame, Musa, la historia del hombre de muchos senderos,
que anduvo errante muy mucho después de Troya sagrada asolar;
vio muchas ciudades de hombres y conoció su talante,
y dolores sufrió sin cuento en el mar tratando
de asegurar la vida y el retorno de sus compañeros (trad. J. L. Calvo).
La Odisea es el poema de Odiseo, de Ulises, el rey de Ítaca que combatió diez años en Troya y que luego invirtió otros diez en el viaje por mar de regreso a su tierra y a su casa. Es un héroe viajero: un héroe preocupado por conocer cosas nuevas.

Y un detalle importante, que hay que mencionar desde un principio, es que sus viajes no son narrados únicamente por el narrador épico.
  • Desde luego el narrador es, p. ej., quien nos presenta a Odiseo retenido por la ninfa Calipso en la isla de Ogigia (canto V).
  • Pero el narrador épico de la Odisea es él mismo un aventurero de la narrativa y por ello explora sistemas nuevos a la hora de presentar su relato.
Cuando Odiseo llega a la isla de los feacios, en el palacio del rey Alcínoo, se embarca en una larga narración en primera persona que ocupa cuatro cantos del poema (IX-XII). Son más de dos mil versos (2233) en los que refiere sus viajes más fabulosos, los que lo llevaron hasta los dominios de una serie de figuras, monstruos y colectivos míticos prodigiosos:


En este inmenso relato en primera persona la pasión por descubrir y experimentar cosas nuevas se plasma de forma paradigmática en el episodio de las sirenas:
  • Odiseo sabe que el canto de estas seduce y lleva a la perdición a los que lo escuchan.
  • Pero desea oírlo pese a todo y por ello idea un plan ingenioso: escuchar el canto atado al mástil de su barco, para no huir al lado de las sirenas y perder así la vida.
Nótese que el narrador escogió que Odiseo mismo contara todo esto en primera persona para darle mayor verosimilitud a un relato fantástico, como veremos que también hizo en algún momento de su obra Pseudo-Calístenes.
Lo que está aquí en juego es la pretensión de autopsia, el “ver con los propios ojos”, el ser testigo directo de lo narrado, que tiene una importancia capital dentro de la historiografía griega.
Muchas de las cosas que se digan sobre Odiseo como viajero prototípico pueden ser cosas ya sabidas. Por eso me parece más interesante que dejemos estar el periplo de Odiseo y prestemos mayor atención al otro gran viajero de la Odisea: el hijo de Ulises, Telémaco.

Este joven emprende, al final del canto II, aconsejado por la diosa Atenea, un viaje por mar que se plantea, desde el principio, como un viaje de descubrimiento, pues Telémaco parte de Ítaca para recabar noticias sobre su padre.
  • Telémaco deja en el palacio a Penélope, su madre, acosada por los pretendientes que se quieren casar con ella al suponer que Odiseo ya está muerto.
  • Mientras esto sucede en la isla, Telémaco emprende, en compañía de Atenea, un viaje del que volverá siendo alguien distinto del que era al principio de la Odisea.
  • Su primer destino es Pilos (en el canto III), donde reina un personaje conocido de la Ilíada, Néstor, el anciano locuaz que evocaba las hazañas de los hombres del pasado en el primero de los poemas.
  • En la corte de Pilos, Néstor informa a Telémaco de la suerte que corrieron los otros griegos tras caer Troya pero no le puede dar noticias sobre su padre. Aunque sí puede darle al menos un consejo: que vaya a preguntarle a Menelao.
Telémaco llega en un viaje por tierra hasta Esparta y la corte de Menelao, el marido de Helena (canto IV). Menelao le relatará a Telémaco
  • todas las aventuras por las que tuvo que pasar en el viaje de regreso a Esparta (su paso por Egipto, su encuentro con Proteo) 
  • y también las noticias de las que dispone sobre del viaje de los otros caudillos, sus propios nóstoi (regresos). Uno de estos es Odiseo, de quien le informa a Telémaco que está retenido por Calipso.
      En este punto la narración del viaje de Telémaco se detiene: el narrador lo deja “descansando” y aprovecha el reposo de Telémaco como recurso que le permite narrar algo que a nosotros nos parece totalmente natural aunque no lo era, de ninguna forma, en aquella época: la simultaneidad de dos acciones.

      Pero, para narrar la acción simultánea protagonizada por Odiseo, este narrador de hacia el año 700 a. C. tiene que dejar a Telémaco descansando en Esparta. En ese momento aprovecha para trasladarnos hasta la isla de Ogigia, donde nos encontramos por primera vez con Odiseo.

      Antes he comentado que Telémaco no es el mismo al principio y al final de su viaje. En relación con ello se puede llamar la atención sobre algunos pasajes donde toma cuerpo este tema:
      • Ante todo se observa que, a través del viaje, Telémaco se emancipa de la tutela de su madre. Ya había iniciado su emancipación en Ítaca. Es significativa, en 1.360-361, la reacción de Penélope, que se sorprende al oír las palabras maduras que pronuncia Telémaco delante de los pretendientes:
      Admirose ella y se encaminó de nuevo a su habitación, pues puso en su interior la palabra discreta de su hijo (trad. J. L. Calvo).
      • En los cantos de la llamada Telemaquia, Telémaco sale de la infancia. Atenea (bajo la figura de Mentes), se había referido a ello y había dicho que era algo que debía hacer (1.296-297):
      Es preciso que no juegues a cosas de niños, pues no eres de edad para hacerlo (trad. J. L. Calvo).
      • La idea del abandono de la infancia es central en estos cantos. El propio Telémaco la expresa en diversos momentos, como p. ej. en 2.313-316:
      ¿O es que no es bastante que me hayáis destruido hasta ahora muchas y buenas cosas de mi propiedad, pretendientes, mientras era todavía un niño? Mas ahora que ya soy grande y que, escuchando la palabra de los demás, comprendo todo y el arrojo me ha crecido en el pecho, intentaré enviaros las funestas Keres (trad. J. L. Calvo).
      • Lo que sucede es que salir de su patria y viajar se convierte en indicio de la nueva madurez de Telémaco. Fuera ya de Ítaca, conoce y trata a los grandes héroes compañeros de su padre: al héroe del pasado remoto (Néstor) y al héroe del pasado cercano (Menelao).
      • Al final encontrará y conocerá a su padre cuando vuelva a la patria, en la majada del porquerizo Eumeo. El encuentro entre Telémaco y Odiseo implica que el joven encuentra su sitio en su οἰκία, su casa, bien entendido que para los griegos la οἰκία, la “casa”, no es sólo la casa física sino la familia. Telémaco sí es ahora un hombre maduro.

      Por todo ello creo que cabe considerar que el viaje de Telémaco está presentado como un viaje de formación, y que esta parte de la Odisea, la llamada Telemaquia, es algo así como una “epopeya de formación”, un Bildungsepos, un antecedente del Bildungsroman que se desarrolla bastantes siglos después.


      3. DE SOLDADOS Y VIAJEROS.

      Nuestra siguiente etapa en este recorrido por el motivo del viaje en la literatura griega la representa Jenofonte de Atenas, que pasa por ser uno de los representantes más destacados de la literatura griega de viajes.
      La obra de Jenofonte de la que voy a hablar es la Anábasis, texto que algunos han traducido en castellano como La expedición de los diez mil o La retirada de los diez mil.

      Ante todo conviene comentar el significado del nombre griego Anábasis. El sentido del término es el de “ascensión”, “subida”; en este caso concreto se refiere a la subida desde la costa hasta el interior de un país.Y es cierto: la obra narra la ascensión de un contingente de mercenarios desde Sardes (en Asia Menor, actual Turquía) hasta el interior de Persia.
      Conviene recordar algunos datos de la biografía de Jenofonte, nuestro protagonista de este viaje:
      • Nació hacia el 430 a. C. en Atenas y debió de ser discípulo de Sócrates. Era de tendencias oligárquicas y ello tuvo trascendencia en su vida, pues lo acabó llevando al destierro.
      • En el 401 a. C., en torno a los treinta años, participó en la gran aventura de su vida: la “expedición de los diez mil”, en la que 13000 mercenarios auxiliaron a Ciro el Joven, en lucha con su hermano Artajerjes II por el trono de Persia.
      • Lo peculiar de este enfrentamiento entre hermanos es que Ciro murió muy pronto en combate, en la batalla de Cunaxa, que sus tropas ganaron en vano.
      • Después fueron asesinados a traición los cinco jefes de la expedición, y entonces Jenofonte se convirtió en uno de los líderes que condujeron en cinco meses a los mercenarios de vuelta a Bizancio.
      Aunque la Anábasis se llame así (“subida”) porque narra la ascensión de los mercenarios desde Sardes hasta Persia, lo cierto es que el relato de esa “subida” sólo ocupa los seis primeros capítulos de la obra (1.2-6).
      A la anábasis sigue el relato del enfrentamiento entre Ciro el Joven y Artajerjes II en Cunaxa, que ocupa sólo dos capítulos (1.7-8).
      Lo que ocupa la mayor parte de la obra es el relato de la retirada en condiciones durísimas de los mercenarios griegos, una retirada de 4000 Km. en la que atravesaron
      • las tierras de los carducos, los curdos de la actualidad,
      • y Armenia
      • hasta llegar al Mar Negro (a Trapezunte) y reunirse con las tropas del espartano Tibrón (7.6.1).
      Esa retirada es el “gran viaje” de la obra, el “gran viaje” en la vida de Jenofonte: un gran viaje que, además, fue para él, muy probablemente, un viaje sin retorno, pues es posible que Jenofonte no regresara nunca a Atenas tras ser desterrado de la ciudad.
      Se debe tener muy presente que el viaje del que hablamos en este caso, esta expedición militar, constituyó un acontecimiento singular para su época:
      • La retirada a pie de un contingente tan grande a través de 4000 Km. de territorio hostil fue una hazaña militar del momento, y ello ha convertido la Anábasis en un clásico de la literatura de aventuras.
      • Así lo refleja el hecho de que la Anábasis haya servido, también en el S. XX, como base argumental para novelas y películas de acción.
      • El ejemplo más curioso de ello es una película que se convirtió en película de culto entre cierto público a principios de los años ochenta: The Warriors: Los amos de la noche (1979). En esta película la acción de la Anábasis se traslada a barrios marginales de Nueva York.
      (Una pandilla hace una incursión fuera de su territorio y su cabecilla muere, muy al principio de la acción. La película cuenta las peripecias que corre la pandilla para regresar a su territorio, según lo que, como veremos, les sucede a los mercenarios griegos en la obra de Jenofonte.)
      He dicho que la expedición militar narrada en la Anábasis constituyó un acontecimiento singular. Y Jenofonte, que fue uno de los individuos que vivieron ese acontecimiento, decidió ponerlo por escrito en razón de su peculiaridad y, seguramente, para legar a la historia el recuerdo de su papel en la aventura.
      La Anábasis, relato histórico de un viaje peculiar, una expedición militar, presenta al tiempo las características comunes de la historiografía griega, que desde sus orígenes atiende al relato de curiosidades
      • físicas,
      • etnográficas
      • o culturales, en este caso las curiosidades con que los expedicionarios se van encontrando a lo largo de su marcha por las llanuras de Persia y las montañas de Kurdistán.
      Por ejemplo, Jenofonte habla de la llegada a la “muralla de Media” y de los sistemas de riego que vieron en la zona (2.4.12-13):
      Después de haber recorrido tres etapas, llegaron a la llamada muralla de Media y la atravesaron. Estaba construida con ladrillos cocidos asentados en asfalto; tenía veinte pies de ancho y cien de altura. Se decía que su extensión era de veinte parasangas, y no distaba mucho de Babilonia. Desde allí recorrieron en dos etapas ocho parasangas y cruzaron dos canales, uno sobre un puente fijo y el otro sobre un puente tendido con siete barcas unidas. Estos canales procedían del río Tigris. Y de éstos se habían abierto unas acequias horadando la tierra que se extendía sobre la llanura. Las primeras eran grandes, las siguientes más pequeñas, y al final había pequeñas acequias, como en Grecia, para el cultivo de la zahína (trad. R. Bach Pellicer).
      En otro momento Jenofonte deja también constancia de la forma como una tribu de “bárbaros” pelea con el arco (4.2.27-28):
      Sucedía también a veces que los bárbaros presentaban muchas dificultades al descenso de las tropas que habían subido. Eran ágiles hasta tal extremo, que incluso huyendo desde muy cerca conseguían escapar, pues no llevaban otra cosa sino arcos y hondas. Eran también excelentes arqueros; llevaban arcos de una medida aproximada de tres codos y flechas de más de dos codos. Tendían las cuerdas del arco, cuando disparaban, pisando en la parte inferior del arco con el pie izquierdo. Las flechas atravesaban los escudos y las corazas. Los griegos, cuando las cogían, las utilizaban como dardos, aplicando unas correas (trad. R. Bach Pellicer).
      Creo que este es el momento en que debemos leer el episodio de la obra que más ha cautivado a los lectores de todas las épocas: el momento en que los expedicionarios descubren el mar después de tantos padecimientos (4.7.20-25):
      Cuando aquél [el guía] llega, les dice que los conducirá, en cinco días, a un lugar desde donde verán el mar; si no, se muestra dispuesto a morir. Y mientras los guiaba, desde el momento que irrumpió en tierra enemiga, los animaba a quemar y destruir el territorio (…). Y llegan a la montaña al quinto día. El nombre de la montaña era Teques. Cuando los primeros alcanzaron la cima, se produjo un gran griterío. Al oírlo Jenofonte y los de retaguardia, imaginan que otros enemigos los atacaban de frente (…). Dado que el griterío se hacía mayor y más cercano, que los que avanzaban ininterrumpidamente se dirigían a la carrera al encuentro de los que gritaban sin parar y que el griterío se hacía mayor a medida que aumentaba el número de gente, pareció a Jenofonte que se trataba de algo más importante. Montó a caballo y (…) acudió en su ayuda. Y pronto oyen a los soldados que gritan: «¡El mar, el mar!,» y que lo transmiten de boca en boca. Entonces todos corrieron, incluso los de retaguardia (...). Cuando llegaron todos a la cima, entonces se abrazaban los unos a los otros, estrategos y capitanes, llorando. Y de repente, sin importar quién transmitió la orden, los soldados trajeron piedras y levantaron un gran túmulo (trad. R. Bach Pellicer).
      Hemos recorrido muchos kilómetros al lado de los diez mil por territorios hostiles. Ahora debo hacer explícita la pregunta que se puede haber formulado algún lector:
      ¿Por qué incluyo una obra historiográfica en un repaso del motivo del viaje en la literatura de Grecia?
      En relación con este punto pido que dejemos en suspenso, por ahora, el concepto que cada cual pueda tener de lo que es “lo literario”:
      • En las literaturas de la Antigüedad no existió hasta fecha tardía un término para “literatura”.
      • Y, más sorprendente aún, no existió durante mucho tiempo un concepto autónomo de literatura.
      Por eso hay que ser muy cauto a la hora de aplicar a la literatura de la Antigüedad el concepto actual. Se podrían hacer muchas consideraciones al respecto. Pero en el marco de este blog propongo, simplemente, que aceptemos que nuestro concepto de literatura no es aplicable sin más al mundo antiguo.
      Propongo que adoptemos la perspectiva de la propia Antigüedad y admitamos, de momento, que la Anábasis puede ser considerada como una obra literaria – al menos desde una perspectiva clásica.


      4. ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN: VIAJES CON ALEJANDRO.

      La tercera y última jornada de este viaje por el motivo del viaje en Grecia nos lleva a hablar de una figura histórica, una figura de leyenda que también emprendió, como Jenofonte, un viaje sin retorno: Alejandro Magno.
      Odiseo y Jenofonte fueron, mutatis mutandis, hombres griegos de la polis. Alejandro trascendió la polis, se convirtió en emperador del mundo conocido, y por ello el viaje que él realizó superó todos los límites anteriores.
      Hablo aquí de esta figura histórica porque entre los griegos existe todo un cuerpo de literatura sobre Alejandro y sus expediciones. Son, básicamente, textos historiográficos, más o menos infiltrados de elementos ficticios.
      En el extremo más ajustado a la verdad histórica se halla Arriano y su Anábasis de Alejandro. Pero, en el otro polo, se halla un texto que tiene mucho de novela y muy poco de historia, el texto sobre Alejandro que más ha influido en la posteridad: la Novela de Alejandro del llamado Pseudo-Calístenes.

      La Novela de Alejandro fue escrita a comienzos del S. III d. C. aunque sus fuentes proceden del Helenismo. Se trata de un texto que tuvo una historia textual complejísima. De hecho la Novela de Alejandro se conserva:
      • en diversas versiones griegas, divergentes entre sí: y la existencia de esa pluralidad de recensiones testimonia el carácter popular del texto;
      • a través de la traducción latina de Julio Valerio, de finales del S. III d. C.;
      • hay, además, otras traducciones, de las cuales la más importante es la traducción al armenio.
      Por otro lado, los materiales que han convergido en la Novela de Alejandro son variados:
      • elementos puramente historiográficos;
      • elementos de cuento popular, sobre todo alguna leyenda egipcia (la leyenda de Nectanebo);
      • colecciones de cartas supuestamente escritas o intercambiadas por Alejandro...
      Se supone que el individuo que unificó todos estos materiales no debía de ser una persona especialmente inspirada: sería un “pobre hombre”, según dice la Historia de la Literatura Griega de Albin Lesky.
      Y, sin embargo, el juicio de Lesky no hace justicia al hecho de que este texto ha tenido un peso importantísimo dentro de la Tradición Occidental: es una obra de gran influencia en toda la tradición occidental, incluso en autores y épocas desconocedores del griego:
      • Influye en el Roman de Alexandre (S. XII), para el caso de la novela medieval francesa.
      • Dentro de la literatura en lengua castellana influe en el Libro de Alexandre (S. XIII), posiblemente a través del modelo intermedio del Roman de Alexandre.
      La obra es enormemente fantasiosa, según comprobaremos a través de la lectura de algunos pasajes. Voy a destacar ahora los hitos que nos pueden ofrecer una idea básica de la estructura del conjunto del texto:
      • Según la obra, Alejandro no es hijo de Filipo sino de Nectanebo, el último faraón de Egipto, quien lo engendró en Olimpíade haciéndose pasar por el dios Amón.
      • Alejandro, por tanto, no es macedonio ni griego sino… egipcio: con toda probabilidad, el texto de la Novela procede de Alejandría.
      • Alejandro vence a Darío, rey de Persia, quien le confía la custodia de su hija; en este episodio se muestra la generosidad y el humanitarismo del monarca: es que, en la Novela de Alejandro, Alejandro está caracterizado como el prototipo del héroe.
      • Y Alejandro llega en su campaña hasta la India.

      Ciertamente, el Alejandro histórico llegó en sus campañas hasta la India, donde se enfrentó con el rey Poro.
      Ahora bien, en la Novela el viaje hasta la India es algo más que el relato de un acontecimiento histórico porque simboliza el viaje hasta los confines del mundo.
      • Buena parte del viaje maravilloso a la India se relata en forma de carta, en las cartas que Alejandro les dirige a Aristóteles y a su madre Olimpíade.
      • Estas cartas son exponentes de la “literatura teratológica”, literatura de viajes prodigiosos representada en Grecia por Ctesias, Yambulo o Luciano (en clave paródica), y en la literatura de Oriente por el relato de Simbad el marino.
      • Véase un ejemplo del tono teratológico de la Novela de Alejandro en el episodio de los ictiófagos o “comedores de peces” (2.37):
      Al marchar de allí llegamos a otro lugar donde vivían unos hombres acéfalos (que no tenían cabeza ni siquiera cuello como nosotros, sino que tenían entre los hombros su cara, ojos, nariz, oídos y boca), que hablaban con voz humana en su lengua particular, velludos, recubiertos de pieles, comedores de pescado. Capturaban peces marinos y nos los traían desde el mar vecino, y otros traían de su tierra setas de un peso de veinticinco libras. Vimos allá muchísimas y grandes focas que se arrastraban por la costa. Repetidamente me aconsejaban volver los compañeros, pero yo no quise, porque deseaba ver el fin de la tierra (trad. C. García Gual).
      ¿Por qué hay aquí, como en la Odisea, narración en primera persona? Es que la literatura teratológica, a la que pertenece el viaje a la India, tiene que estar en primera persona para que resulte verosímil.
      Y, en el marco de la novela de Pseudo-Calístenes, la aparición de la primera persona se justifica con el artificio de la carta.
      En la India, como no podía ser menos en el relato de un viaje prodigioso, Alejandro experimenta aventuras increíbles:
      • se enfrenta con todo tipo de monstruos (un auténtico bestiario),
      • está a punto de alcanzar la Fuente de la Inmortalidad,
      • viaja por el aire en un carro tirado por grifos
      • y desciende a las profundidades marinas en una burbuja de vidrio:
      Tras haber realizado todos los preparativos, me introdujeron en la tina de cristal con el deseo de intentar lo imposible. En cuanto estuve metido dentro, la entrada fue cerrada con una tapadera de plomo. Cuando me habían bajado ciento veinte codos, un pez que pasaba me golpeó con su cola mi jaula, y me izaron porque sintieron el zarandeo de la cadena. La segunda vez que bajé me sucedió lo mismo. A la tercera descendí alrededor de trescientos ocho codos y observaba a los peces de muy variadas especies pasar volteando en torno mío. Y mira que se me acerca un pez grandísimo que me cogió junto con mi jaula en su boca y me llevó hacia la tierra desde más de una milla de distancia. En nuestras barcazas estaban los hombres que me sostenían, unos trescientos sesenta, y a todos los remolcó junto con las cuatro barcazas. Mientras nadaba velozmente quebró con sus dientes la jaula y luego me arrojó sobre la tierra firme. Yo arribé exánime y muerto de terror.
      Allí me eché de rodillas y me postré en acción de gracias a la Providencia de lo alto que me había salvado con vida del terrible monstruo. Y me dije a mí mismo: “Desiste, Alejandro, de intentar imposibles, no sea que por rastrear el abismo te prives de la vida”. Y en seguida ordené al ejército partir de allí y seguir la marcha hacia delante (trad. C. García Gual).
      En la India Alejandro se entrevista además con los gimnosofistas, brahmanes parecidos a los filósofos cínicos que le hacen ver lo inútil de sus esfuerzos y la imposibilidad de que el hombre alcance la inmortalidad.
      En la India Alejandro también se encuentra con los árboles parlantes, que le profetizarán su muerte.
      Cuando Alejandro abandonó Grecia para emprender sus expediciones, no sabía, probablemente, que emprendía un viaje sin retorno: nunca volvió a poner el pie ni en Grecia ni en Macedonia.
      Esto mismo le sucede, lógicamente, al Alejandro del Pseudo-Calístenes: tras su estancia en la India, en el extremo del mundo, Alejandro regresa a Babilonia y allí es asesinado por el camarlengo Julo.
      Importa indicar que lo que prima en esta obra es la imagen trágica de Alejandro, un nuevo Aquiles que, como él, muere en la juventud. El Alejandro de esta novela es el prototipo del héroe mítico, tal y como lo debió de ser en vida para sus propios soldados:
      • Alejandro está siempre obsesionado por la idea de ir más allá, de llegar plus ultra.
      • Pero llega a encontrarse con límites que no puede traspasar porque es imposible hallar la inmortalidad, según le declaran los gimnosofistas.
      • Muere, además, joven, como si estuviese dotado de un destino aciago.
      • El Alejandro que busca ir “más allá” (también en el espacio, en el viaje) comete un acto de hýbris, “soberbia”, que le atrae el castigo divino.


      5. ESTACIÓN FINAL.

      A manera de conclusión quiero resaltar el hecho de que en la literatura de Grecia ya se hallan presentes motivos que seguramente recurren en todas las literaturas de viajes. Me refiero a motivos como
      • la idea de que el viaje se convierte en ocasión de cambio;
      • el recurso a la primera persona, que confiere verosimilitud a la narración;
      • la insistencia en subrayar lo que es distinto y causa asombro;
      • el afán por ir siempre “más allá”;
      • y la posibilidad, que siempre queda abierta (y a la par aceptada), de que el viaje emprendido sea un viaje sin retorno.